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EL DÍA QUE EL CORAZÓN SENTIMENTAL FUE AL CARDIÓLOGO

20 de Diciembre de 2025

Dicen que
hay días en los que uno se levanta medio cruzado, pero ese martes el que
amaneció harto no fue un humano: fue un corazón sentimental.

Estaba
cansado, digamos la verdad. Cansado de que lo culpen por todo. Que si ?me
partieron el corazón?, que si ?me sube la presión por vos?, que si ?se me
acelera cuando la veo?, que si ?mirá cómo me hacés latir?.

?¡Paren un poco, loco! ?refunfuñó mientras su dueño dormía la siesta?. Yo hago
lo que puedo, pero me hacen cargo de cada terremoto emocional.

Así que
tomó una decisión histórica.

Se bajó del pecho, se acomodó la corbata ?porque un corazón sentimental siempre
tiene algo de dramático? y salió caminando, latido tras latido, hasta el
consultorio de un cardiólogo de Tandil que, según dicen, sabía un poco de
ciencia y otro poco del alma.

Golpeó la
puerta con decisión.

?¿Sí? ?respondió el médico, sorprendido.

El corazón entró.

?Buen día, doctor. Vengo a que me revise.

El médico
lo observó con esa mezcla de desconcierto y resignación que uno pone cuando
llega un paciente sin turno, pero con cara de necesitarlo.

?¿Vos sos??

?El corazón sentimental ?dijo, con un orgullo casi poético?. El que se hace
cargo de todo cuando los humanos sienten algo fuerte. El que recibe los golpes,
las ilusiones, las angustias. El que le pone ritmo al amor? y a los miedos
también.

El
cardiólogo lo invitó a pasar.

?¿Y cuál sería el problema?

?Que ustedes me culpan de todo ?protestó el corazón?. A todo le ponen mi
nombre: ?corazón roto?, ?corazón partido?. Pero de las arterias tapadas, de la
presión alta? ¡ahí sí que no se hacen cargo!

El
cardiólogo sonrió.

?Mirá, no es tan así. Yo me ocupo del corazón real, del que bombea. Vos sos el
otro. El que está en la cabeza de la gente.

?¡¿En la cabeza?! ?se indignó el corazón?. Yo estoy acá, en el pecho, donde se
sienten las cosas de verdad.

?Bueno
?concedió el médico?, estar, estás. Pero lo que pasa ahí muchas veces viene de
arriba: neuronas, emociones, recuerdos?

?¡Ahí está la discusión! ?interrumpió el sentimental?. ¿Por qué cuando alguien
se enamora le late acá, en mí? ¿Por qué cuando sufren se agarran el pecho? ¿Por
qué dicen ?escuchá a tu corazón?, si todo lo decide la cabeza?

El
cardiólogo lo miró con atención.

?Porque necesitás existir ?respondió?. Y la gente también necesita que vos
existas. Porque si no, ¿cómo explicamos lo que no se entiende con un electro?

El
corazón sentimental quedó en silencio. No sabía si estaba confundido o
emocionado, que en su caso es prácticamente lo mismo.

?Yo
estudio el músculo ?continuó el médico?: válvulas, arterias, presión, flujo.
Pero lo que vos manejás? eso no lo puedo medir. No hay resonancia que saque una
imagen de un recuerdo. No puedo hacer Doppler de una ilusión.

El
sentimental sonrió por primera vez.

?¿Entonces no soy un problema?

?No ?respondió el cardiólogo?. Sos la mitad del asunto. Si vos te descontrolás,
yo sufro. Y si yo me enfermo, vos te apagás. Somos socios.

El
corazón sentimental se acomodó, orgulloso.

?Entonces, doctor? ¿qué hago cuando me culpen por un amor?

?Respirá hondo ?respondió el médico?. Deciles que vos sólo marcás el ritmo,
pero que las decisiones las toma la cabeza.

?¿Y cuando se emocionen?

?Hacé lo tuyo. Es tu parte. A mí también me gusta escucharlos latir fuerte
cuando algo vale la pena.

El
corazón bajó del escritorio y caminó hacia la puerta. Antes de irse, se detuvo:

?Doctor? cuando usted escucha un corazón con el estetoscopio, ¿de verdad
escucha sólo el lub-dub, o escucha algo más?

El médico
pensó un instante.

?A veces, si el consultorio está en silencio, escucho historias. Pequeñas.
Guardadas. Como si cada latido me contara algo que el paciente no se anima a
decir.

El
corazón sentimental lo miró con ternura.

?Usted también es un poco sentimental, doctor.

?Y vos también sos un poco fisiológico, aunque no lo admitas.

Ambos
rieron.

Y así, después de estrechar una arteria ?que es lo más parecido a darle la
mano?, el corazón sentimental salió del consultorio caminando más liviano.


































Ese día
entendió que no hacía falta pelearse más.

Que el amor y la ciencia no son enemigos.

Que un corazón real y un corazón simbólico pueden trabajar juntos.

Y que, cuando lo hacen, la vida late un poquito mejor.


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